
Algo resuena en el aire.
Bajo un choque anárquico de aceros, el ruido a metales que se agitan tiene cierta composición y armonía.
Son las llaves de un automóvil que golpean entre sí, interpretando su propia Misa de Réquiem. Despiden solemnes a mi antiguo Peugeot 504 — Modelo 82, que literalmente dejó de existir una mañana de Agosto de 1999.
Aquel día, como un cobarde, entregué mi auto a una empresa promovida y auspiciada por el gobierno de turno, haciéndome cómplice de un oscuro negocio denominado “Plan Canje Automotriz”.
Y cuando digo oscuro no hablo de sospechas sino de tristeza.
El objetivo de máxima era ciertamente noble y consistía en eliminar de las calles, y también de nuestra vida, a todos aquellos vehículos que arrastraban el paso de los años con orgullo y el caño de escape con vergüenza.
Los autos designados para adherirse a dicho Plan serían sometidos, mediante máquinas de funcionamiento hidráulico, a fatales aplastamientos, tracciones y un definitivo golpe de gracia completando así el denominado “desguace”, palabra taciturna que implica desbaratar un elemento hasta su completa, repito, "completa" desaparición.
Funcionarios del gobierno premiaron la bajeza de mi traición con un manojito de pesos. Unos pocos billetes que sólo servirían estrictamente para comprar un moderno O KM indudablemente más grande, más potente y más veloz pero vacío de recuerdos.
Ese auto, opaco, ruidoso y herido de muerte por el óxido, terminó su carrera y perdió. Se fueron con él los espíritus juguetones que habitaban por derecho p
La ceremonia de entrega de aquellos vehículos en la empresa encargada de administrar el negocio fue una exaltación del grotesco, formándose una larguísima cola en donde ya nada importaba. Algunos dueños, carentes de hidalguía, ni siquiera encendían los motores de sus autos en este último viaje sino que simplemente los iban empujando barranca abajo a medida que avanzaba la cola, aprovechando la pendiente del terreno.
Por cada metro recorrido se perdía la dignidad a cántaros.
La desidia provocaba innumerables choques entre carrocerías, donde lo que se rompía no eran las chapas sino el respeto por la


Muchos dejamos de hablar, y el arrepentimiento por lo que iba a suceder dibujó en nosotros la misma máscara.
Tuve la gran fortuna de no yerme obligado a presenciar la operación ejecutada por aquellas máquinas hidráulicas que, seguramente, fueron construidas con objetivos más nobles. Pero cierro los ojos e imagino, muy a mi pesar, que cada uno de esos ruidos metálicos ha sido un enorme grito de dolor por lo perdido: ahí se desangra el adolescente que fui recordando la pasión furtiva que ernpañó los vidrios en un bosque oscuro; ahora veo a un grupo de jóvenes amigos derrotados, cuyos brazos doloridos han dejado de empujar para siempre ese querido carromato que a veces se apuñaba en terrenos llanos; finalmente escucho el llanto de una novia compinche, que ahora es mi esposa, conocedora privilegiada de aquel secreto lugar bajo el capot, donde había que golpear para
Este pequeño racimo de aleaciones que me gritan es el trofeo de mi guerra particular contra el desguace que, esta vez, no logró el mandato de una desaparición completa. Es que estas llaves estarán para siempre bajo mi custodia, resguardando una parte de mi memoria personal.
Mi propuesta es volver al año 1999 y canjear al canje. Darle de beber a ese maldito un poco de su propio aceite de ricino. Maltratarlo. Ignorarlo. Empujarlo.
Desguazarlo, como mínimo, en 723 partes y permitir que el viento se las lleve de la mano a la rastra.
Propongo un trueque celestial que, a modo de conjuro, invalide un plan diabólico pergeñado por el mismísimo Satanás con miras a despojar al mundo de su propia identidad.
Porque tengan ustedes la certeza de que vendrán otros planes, disfrazados de modernidad, a sacamos lo que queda.
Se

De ahora en más y hasta que el Big Bang vuelva a explotar, pero esta vez de verdad, es nuestra obligación preparamos para defender lo poco que queda en pie: quiero acariciar toda mi vida la blanquísima lana de mi perro

Tengo en mi casa una filmadora Cannon Súper 8 antigua, de esas que grababan películas en una especie de casette. Películas que se debían revelar en un negocio de fotografía y se almacenaban luego en el típico rollo de cinta. Recuerdo con cariño la ceremonia ritual que debía celebrarse para ver una de esas películas: desplegar la pantalla portátil o bien descolgar los cuadros de una pared blanca en el Iiving; armar un pesado proyector y combinar sabiamente carretes vacíos y llenos. Parar, cada tanto, para que se enfríe el aparato.
Toda esa maquinaria perteneció a una persona muy querida por mi que falleció hace 16 años.
Ricardo no llegó a conocer los modernísimos formatos de video DVD, MPG y DIVX, pero sus mejores momentos están guardados en el alma de las viejas cintas.
De aquella filmadora, ya no existen repuestos ni insumos y ahora es inservible.
Este escrito es una reivindicación a todas aquellas cosas que se han apropiado del polvo, del óxido y de la humedad, para formar con esos elementos naturales una identidad propia.
En el Universo sólo existe UN juego de llaves de automó

Cualquiera de esas llaves abre una puerta con mi nombre que me conduce de regreso a un pasado amigable, cada vez que el peso de un dolor se sube a horcajadas de mi cuerpo y de mi sombra dejándome así, inmóvil y con el gesto desolado de quien, sin sentido, espera algo que nunca llegará.
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