Durante los setenta, tres fueron los grandes directores de orquesta que acapararon la atención de los melómanos mundiales: el austríaco
Herbert Von Karajan (1908-1989), el húngaro
Georg Solti (1912-1997) y el norteamericano
Leonard Bernstein (1918-1990).
Hubo durante ese período otras batutas insignes como la del austríaco
Karl Böhm (1894-1981) quien pese a su edad todavía dirigía, la del italiano
Carlo María Giulini (1914-2005) o el rumano
Sergiu Celibidache (1912-1996) quien casi no salió de Alemania.
Sin embargo los tres primeros eran los preferidos.
Karajan y Solti dirigieron ópera y música sinfónica, Bernstein solo lo segundo, y además fue un compositor de rutilantes y exitosos temas populares, descollando la comedia musical
West Side Story. Karajan y Bernstein dirigían sin la partitura a la vista, Solti lo hacía siempre con ella al frente para brindar seguridad a los músicos y especialmente a los cantantes, tal su credo…
El estilo de Karajan era apolíneo: calmo y distante. Bernstein y Solti más dionisíacos, se preocupaban más por los aspectos emotivos de la ejecución.
Karajan comenzó su carrera al amparo del nazismo de la mano de Goering que lo oponía al insigne Wilhem Furtwängler (1886-1954), protegido de Goebbels y probablemente el más grande director wagneriano de la primera mitad del siglo XX. Ambos se detestaban, al punto que Furtwängler se refería a Karajan como “ese hombre K”. Terminada la segunda guerra y luego de un rápido proceso de
desnazificación, Karajan escaló posiciones convirtiéndose a partir de los sesenta en el Director Musical de Europa, ostentando la conducción simultánea de las Filarmónicas de Viena y Berlín y participando en los festivales wagnerianos en Bayreuth.
¡¡¡Observen como en el ensayo antes de una función en medio de 100 ejecutantes descubre al que no tocó como el lo pidió!!! Su fama de distante y frío queda contrariada a través de sus gestos para con la orquesta, satisfecho por su desempeño.